El despertar
— Serenity... — una voz de ultratumba retumbó en su cabeza mientras, sedienta de agua, despertó de su largo y plácido sueño. En una inefable isla situada en el mar mediterráneo, adornada por extensas cadenas montañosas y vasta fauna y flora, una embarcación sumamente demacrada por el paso del tiempo, las olas, las tormentas y la guerra, acabó hayando puerto en la rocosa orilla del lugar. La cala de la isla parecía súmamente desierta, sin embargo, extrañas y punteagudas figuras de madera sobresalían entre la arena. No fue sorpresa para los aventureros que se adentraban poco a poco en la cala desierta, descubrir que se trataba de embarcaciones como la suya, ocultas y erosionadas por las mareas y la arena que día a día fue enterrando los restos de las barcas que otrora tocaron puerto en la cala.
Ante todo pronóstico, decidieron avanzar a modo de explorar la isla que habrían encontrado en su inmensa travesía por el océano. Parecían bastante cansados y hambrientos, resultado de días de navegar sin brújulas ni mapas, solos en un inmenso mar de aguas desconocidas. Por algún motivo, la isla habría aparecido en su camino. Ni cortos ni perezosos, comenzaron a avanzar. Notaron que las cadenas montañosas se hacían cada vez más altas y casi inalcanzables. Los soldados de quien comandaba la expedición, un hombre robusto, musculado y con una barba descuidada producto de meses de trashumancia, no parecía rendirse en la travesía. Al contrario, sus soldados comenzaron a decaer producto de la fatiga de no haber probado una copa de vino o un cubo de queso en semanas. Hasta el agua se les habría agotado, por lo que una caminata tal habría sido la perdición de sus hombres.
Odiseo, como era conocido el líder de la expedición, capitán del barco y Rey de Ítaca, escaló la montaña frente a sí con gran coraje y valor. El terreno era sumamente inestable, rocoso y filudo, por lo que en su escalada, su piel terminó bastante magullada por las filosas materializaciones rocosas de la intensa pared de mármol sin pulir que conformaba el monte. Con los ojos casi en la cima, logró notar varias cosas. Sonidos de cerdos, ovejas, siseos de serpiente y varios sonidos que animales que él conocía, se comenzaban a sentir a medida en que llegaba al piedemonte de lo que sea que estuviese aguardando en la cúspide de la gran montaña. Entre tanto, varias partículas doradas y blanquecinas comenzarían a flotar en el aire y le rodeaban, ante su atónito rostro, no hayó más que dejarse llevar por la energía que comenzaba a rodearle.
Casi perdiendo sus fuerzas, fue bendecido con una magia que le ayudó a subir por completo la montaña, y posarle de pie ante una edificación completamente sublime, espectacular y etérea. Pilares dóricos, jónicos y corintios adornaban una escena arquitectónica sumamente inefable en su belleza, tanto así, que Odiseo abrió su boca de impacto, sobre todo, cuando una mujer de túnicas blancas y aura verdosa bajó por unas escaleras de cristal que antecedían a un pórtico de inmensa altura, rodeado de pilares y mármol tallado en su más fina y elegante expresión.
— Bienvenido, Odiseo.
(...)
Serenity volvió sobre su figura y se observó al espejo. El sueño que había tenido, con tantos detalles, parecía parte de algo completamente real. Como si una vida pasada le estuviera enseñando sus más ancestrales recuerdos.
